lunes, 10 de marzo de 2008

La Partida de Hanna... [1/2]

La partida de Hanna [1/2]

Los miembros de la familia tienen los ojos llorosos cuando dan la bienvenida de nuevo en la posada a Kaim tras su largo viaje.

- Muchísimas gracias por venir.

Kaim comprende la situación al instante. La hora del adiós está cerca. Pronto, demasiado pronto. Pero ya sabía que este día llegaría tarde o temprano, y no en un futuro lejano.

"Puede que no te vuelva a ver más", le había dicho ella con una triste sonrisa cuando partió de viaje. Estaba acostada en la cama, sonriendo con su rostro de blancura casi transparente, terriblemente frágil, y por ende indescriptiblemente bello.

- ¿Puedo ver a Hanna?

El posadero asiente ligeramente con la cabeza.

- Pero no creo que vaya a reconocerte.

Le advierte a Kaim de que no ha abierto los ojos desde anoche. El ligero movimiento de su pecho indica que aún se aferra a un frágil hilo de vida, pero podría romperse en cualquier momento.

- Qué pena… Sé que para ti era muy importante venir a verla…

Otra lágrima resbala por la mejilla de la mujer.

- No te preocupes, no pasa nada – la tranquiliza Kaim.

Ha presenciado innumerables muertes, y su experiencia le ha enseñado mucho. La muerte arrebata el habla en primer lugar. Luego la vista. Sin embargo, lo que sí que aguanta hasta el final es el oído. Aunque el enfermo pierda la conciencia, no es extraño que las voces de los familiares provoquen sonrisas o lágrimas.

Kaim rodea con su brazo el hombro de la mujer.

- Tengo muchas historias de viajes para ella. Llevo esperando esto todo el tiempo que he pasado fuera.

En lugar de sonreír, la mujer deja escapar otra gran lágrima y asiente.

- Y Hanna esperaba poder oír tus historias – dice con palabras entrecortadas por el llanto.

El posadero interviene.

- Ojalá pudiera pedirte que descansaras del viaje antes de verla, pero…

- Por supuesto, la veré ahora mismo – dice Kaim, interrumpiendo la disculpa del hombre.

Queda muy poco tiempo. Hanna, la única hija del posadero y de su esposa, probablemente no pase del próximo amanecer.

Kaim deja su equipaje en el suelo y abre sin hacer ruido la puerta del cuarto de Hanna.

Hanna fue muy débil desde su nacimiento. Lejos de disfrutar de la oportunidad de viajar, apenas había salido del pueblo, siquiera del vecindario, donde había nacido y crecido. El médico había dicho a sus padres que aquella niña difícilmente llegaría a adulta. Los dioses habían reservado un triste destino para aquella diminuta niña de rasgos de muñeca extraordinariamente bellos.

Tal vez los propios dioses intentaran expiar esta cruel injusticia haciendo que la niña fuera la hija única de los dueños de una pequeña posada de carretera. Hanna no podía ir a ninguna parte, pero los huéspedes de la posada de sus padres le solían contar historias sobre ciudades, países, paisajes y gentes que ella nunca conocería. Cuando un nuevo huésped llegaba a la posada, Hanna siempre desplegaba su batería de preguntas:

"¿De dónde eres?", "¿A qué te dedicas?", "¿Me cuentas una historia?".

Solía sentarse y escuchar aquellas historias con ojos brillantes y vivos. Instaba al viajero a pasar rápido al siguiente episodio con un "¿Y luego? ¿Y luego?". Cuando se marchaban, siempre les rogaba:

"¡Por favor, vuelve y cuéntame montones de historias sobre países lejanos!"

Solía quedarse despidiendo con la mano al viajero hasta que desaparecía de la vista por la carretera. Luego soltaba un melancólico suspiro y volvía a la cama.

Hanna duerme profundamente. No hay nadie más en la habitación, lo que tal vez indica que hace tiempo que los médicos la dieron por perdida. Kaim se sienta en una silla cercana a la cama y la saluda con una sonrisa.

- Hola, Hanna. He vuelto.

Ella no responde. Su pequeño pecho, que aún no tiene los rasgos del de una adulta, sube y baja casi imperceptiblemente.

- Esta vez fui mucho más allá del océano – le cuenta Kaim-. El océano del lado desde el que sale el sol. Tomé un barco en un muelle lejos, lejísimos, mucho más allá de las montañas que ves desde esta ventana, y estuve en alta mar desde el momento en que la luna era un círculo perfecto en el cielo, mientras fue haciéndose cada vez más pequeña y luego cada vez más grande, y hasta que estuvo llena de nuevo. Allá donde alcanzaba la vista no había más que mar. Tan solo agua y cielo. ¿Te lo imaginas, Hanna? Nunca has visto el mar, pero estoy seguro de que la gente te habrá hablado sobre él. Es como un charco enorme e infinito.

Kaim se ríe para sí mismo y parece que las mejillas pálidas de Hanna se mueven ligeramente. Puede oírlo. Aunque no pueda hablar ni ver, sus oídos aún están vivos.

Kaim, convencido y confiado en que eso sea verdad, continúa el relato de la historia de sus viajes. No dice palabras de despedida. Como siempre con Hanna, Kaim sonríe con una dulzura que nunca ha tenido con nadie más, y prosigue narrando sus historias con una voz alegre, que a veces incluso acompaña de gestos exagerados. Le habla del océano azul. Le habla del cielo azul. Pero no le dice nada sobre la despiadada batalla naval que tiño de rojo el océano. Nunca le habla sobre esas cosas.

1 comentario:

calcetinrayado dijo...

por qué no lo cuelgas en el Horno Personal? ^^
es genial!